Semanas más tarde me devuelve esta palabras.
Si alguno todavía no se decidió a comprar el libro, acá tiene una buena excusa para hacerlo. O no. Cada uno sabrá
Un blues o un shopping.
Los
cuentos de Hernán hamacan la ironía entre el realismo y lo fantástico de la
vida cotidiana, pero recordándonos a cada paso que en el final, siempre, está
la muerte. Cuentos de amor, locura, (muerte), que coquetean con las pequeñas
cosas, que le dan sangrienta revancha a los eternos fracasados, que miran de
reojo al amor. Sin sostén alguno, ya que lo incierto de cada cosa está en el
centro de la escena, casi siempre sangrienta, otras veces graciosa, jugando con
los bordes de personajes simples en momentos endebles, sintiendo lástima por
esos condenados de siempre, los textos nos van hundiendo lentamente. Nada
parece salvarse, ni allí dónde la pelota entra se aleja el amargo sabor de la
derrota. No son, sin embargo, imágenes pesimistas: nos permiten ver tras la
puerta entornada la letra de un ojo fino, atento a los pliegues perdidos de
nuestras vidas, a que somos apenas una
parte del hilo que las mueve. Le compré dos blues a Dardes, convencido que
merecido destino de regalo tendría uno de ellos y a sabiendas que no es bueno
para la salud visitar un shopping para mostrarle a alguien que lo quiero.
Gracias, Hernán.